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La odisea de una familia de Ucrania que se refugió en la Argentina para huir de la guerra: “La vida es muy corta, preferimos seguir en paz”

Jamás podrá olvidar esa llamada telefónica. Ya pasó un año y todavía se le eriza la piel al recordarla. Alla Shaforostova se fue a dormir tranquila en la noche del 23 de febrero de 2022 en su...

Jamás podrá olvidar esa llamada telefónica. Ya pasó un año y todavía se le eriza la piel al recordarla. Alla Shaforostova se fue a dormir tranquila en la noche del 23 de febrero de 2022 en su departamento de Buenos Aires. No se lo esperaba. Como era de costumbre, dejó el celular en sonido sobre su mesita de luz, por si había alguna emergencia. Pocas horas después, en la madrugada del 24 de febrero mientras dormía, sonó.

“Mamá. No se qué hacer. Suena la alarma antimisiles. Estoy en el balcón. No se a dónde ir. ¿Qué pasa? No entiendo qué pasa”, gritaba su hija Larysa, de 32 años, en un pedido de ayuda desesperado desde Odessa, Ucrania, según recordó Alla en un encuentro con LA NACION.

Los alaridos de Larysa y los perturbadores sonidos de las sirenas hicieron saltar a Alla de la cama. Ajena a la realidad que estaba atravesando su hija, intentó recopilar la mayor información posible para ayudarla. “Me asusté mucho. Me metí en Internet para buscar qué estaba pasando. Así fue como entendí que había empezado una guerra”, cuenta. “No lo podía creer. Siglo XXI, países del primer mundo. Una guerra no tenía sentido, me parecía irreal”.

“Volví a llamarla para decirle que se había desatado una guerra y que tenía que buscar algún bunker. Pero ella me respondió que no había bunkers porque los que conocía tenían la puerta sellada. Entonces tuve que ponerme a buscar bunkers cerca para que ellos puedan esconderse”, puntualiza Alla desde un café en Recoleta. “En el llamado perdía Internet, se perdía la conexión”.

En la madrugada en la que el presidente ruso Vladimir Putin lanzó su “operación especial” en Ucrania, destinada a ser una invasión relámpago que cumple esta semana un año, Alla, ucraniana de 49 años, solo podía pensar en una cosa: la seguridad de su hija Larysa, su cuñado, Denis, y la de su nieta Sofía, de cinco años.

Así lanzó una búsqueda exhaustiva para encontrar formas de sacar a su familia de la cruenta ofensiva para una vez que estuvieran a salvo refugiarlos en la Argentina, su hogar desde 2015, “un lugar maravilloso y tranquilo”, considera. Alla migró a Buenos Aires junto a su hija menor, Hanna, y su nieto, el primer hijo de Larysa, Illia Ovcharenko, un año después de que Rusia le arrebatara a Ucrania la península de Crimea y se desataran las tensiones en el Donbass. “Cuando empezó, toda esta situación no era una guerra, pero era un conflicto. Ya no me parecía bien la situación, era bastante peligrosa. Yo lo vi desarrollándose y decidí salir del país para evitar la guerra”, comenta Alla.

Al llegar, Alla abrió su taller de costura “Tu buena modista” en el barrio chino, donde trabaja hasta el día de hoy. Aprendió español- idioma que ahora maneja a la perfección-, se amoldó a las costumbres argentinas, a la gente, y echó sus raíces en el país. Su hija Hanna también comenzó una nueva vida en la Argentina, donde conoció a un joven ucraniano y formó su familia con dos hijos.

La distancia con su hija mayor nunca fue fácil, aunque mantenían contacto diario. A su nieta Sofía, por ejemplo, la conoció y vio crecer por videollamada. Siempre tuvo la ilusión de verla en persona lo más pronto posible, afirma, “pero de esta manera, por la guerra, nunca lo imaginé”.

Escapar de Ucrania

Las primeras tres semanas de guerra, Larysa y su familia abandonaron su departamento y se mantuvieron refugiados en un búnker, del cual entraban y salían para buscar alimentos, arriesgándose a los constantes bombardeos en la ciudad del Mar Negro más asediada por el ejército ruso.

“Yo quería sacarlos de Ucrania para que se refugiaran en algún otro lugar, pero no podía, no había cómo sacarlos”, detalla Alla, que baja su mirada intentando disimular su angustia y contener las lágrimas, mientras interrumpe su relato con unos sorbos de café.

Escapar de Ucrania se tornó una odisea, no solo para Larysa y la pequeña Sofía, también para el éxodo de más de 7 millones de ucranianos que finalmente lograron migrar entre transportes colapsados y ciudades destruidas. Madre e hija tuvieron que dejar atrás a Denis, el padre de la familia, porque se vio obligado a unirse a las fuerzas de Kiev. A su travesía se unió Ilia Butenko, cuñado de Larysa y tío de Sofía, de 17 años, que venció a su destino al salir del país antes de cumplir la mayoría de edad y evitó el reclutamiento en el frente.

Los tres juntos consiguieron salir de Ucrania a principios de abril en un barco, luego de tres intentos de tomar un tren hasta el puerto. En un primer intento no había más espacio disponible; y en otro, a la pequeña le ganaron los nervios y el agotamiento y se desvaneció justo antes de abordar, por lo que tuvo que ser internada de urgencia. Fue en la vecina Rumania donde Amnistía Internacional y los incansables pedidos de ayuda en las redes sociales de Alla lograron conseguir la documentación necesaria para viajar a la Argentina. Las 50 horas de viaje hasta Sudamérica tampoco fueron sencillas: perdieron su escala en París y la niebla en Chile atrasó su vuelo a la capital.

Alla no logra contener las lágrimas al recordar el encuentro con Larysa, Illia y Sofía en Ezeiza el domingo 22 de mayo de 2022. “Llegaron solo con una mochila. Nunca imaginé que iba a conocer a Sofi en el aeropuerto, así. Llegó con un oso grande de peluche que le regalaron unos voluntarios en Rumania. Lo llevaba arrastrando de una pata y tenía puesta ropa donada”, evoca.

LA NACION consultó a Migraciones cuántas otras personas ucranianas refugiadas hay en la Argentina por la guerra, pero no obtuvo respuesta.

La vida en Buenos Aires

El celular de Alla, apoyado esta vez en la mesa de la cafetería porteña, suena varias veces durante la entrevista. Repasa de reojo el nombre del contacto que intenta comunicarse con ella. “Perdón. Me fijo quién es por si son los chicos. Quiero ver si llegaron bien a casa”, se disculpa. Aunque su familia está sana y salva en el país, Alla se mantiene alerta.

En la Argentina encontraron paz, pero el trauma de la guerra los persiguió durante los primeros meses. Sofía no parecía una chica normal, lamenta su abuela. Se escondía ante cualquier ruido aterrador que pudiera retrotraerla a los sonidos de las bombas rusas, temía acercarse a la gente, y caminaba por las calles porteñas siempre detrás de su abuela o su mamá. Nueve meses después, no duda en acariciar perritos durante sus paseos a la plaza, ni tampoco correr libremente o hacer amigas en el jardín de infantes a pesar de las dificultades de idioma.

“Está muy feliz, adora a las ´seños´. Ahora va a la colonia porque le encanta, tiene amigos. Le encanta la vida acá. Ya recuperó su infancia, es una niña feliz, con sus vestidos, sus juegos, sus salidas a las placitas”, relata a LA NACION Alla.

Tampoco fue fácil para Illia, que en agosto cumplió 18 años. Por las barreras idiomáticas fue complicado que consiguiera un trabajo o que pudiera retomar su sueño de ir la universidad. Y una vez que fue contratado, “los primeros meses trabajaba solo para olvidar lo que estaba viviendo”, indica Alla, que menciona que hoy en día el joven ya tiene amigos y logró acomodarse al país.

“No se podía comunicar con sus padres por la señal de celular y solo lloraba, porque no sabía qué pensar. ¿No tienen luz? ¿Internet? ¿O ya no están? Al principio, hasta que no se comunicaba con ellos, no había forma de tranquilizarlo”, agrega.

En tanto Larysa, que trabaja actualmente con su hermana Hanna, no pasa un minuto sin pensar en su esposo Denis, que se refugia en un pequeño pueblo a las afueras de Odessa. Ya regresó del frente de batalla, pero podría ser convocado nuevamente en cualquier momento. Su suegra cuenta a LA NACION que “él no quiere ir a pelear, quiere cuidar a su familia, quiere ver crecer a su hija, quiere estar con su esposa. No quiere pelear, pero nadie le preguntó”.

“El marido de mi hija no contó mucho del frente. No puede, le cuesta. Es muy difícil. De repente les dan un arma y tienen que ir. Un arma y alcohol, porque sin alcohol nadie puede ir a pelear así. Con alcohol la cabeza se afloja un poco. Nadie con la cabeza normal podría ir a pelear”, menciona Alla.

A pesar de los fantasmas de la guerra, la familia logró construir una vida normal en el país “como argentinos”, sugiere Alla, que narra sus festejos en el Obelisco luego de que la Argentina se consagrara campeona de la Copa del Mundo: “Los chicos volvieron caminando 10 kilómetros hasta la casa, porque no había Uber ni taxi. Estuvieron muy felices, orgullosos, como todos los argentinos”.

En el marco del aniversario de la invasión rusa a Ucrania, Alla se apena de que el conflicto esté lejos de terminarse, a su parecer, porque “no hay diálogo, no hay nada para disminuirlo”.

“La gente que sigue ahí me dice que no parece que vaya a resolver pronto. Ya pasó mucho tiempo desde que Ucrania está así y eso inevitablemente cambia a las personas. Espero que aguanten y se termine ya”, señala. “Mis tías, mis primos, siguen en Ucrania. Me duele. Tengo ese miedo de que les pase algo”.

No obstante, aunque el desenlace de la invasión suceda pronto, Alla ve su futuro en la Argentina. “La vida es muy corta. Preferimos seguir en paz”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/la-odisea-de-una-familia-de-ucrania-que-se-refugio-en-la-argentina-para-huir-de-la-guerra-la-vida-es-nid22022023/

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